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Filosóficos, Mitológicos y Metafísicos

Apología de Sócrates

Apología de Sócrates (Ἀπολογία Σωκράτους) es una obra de Platón que da una versión del discurso que Sócrates pronunció como defensa, ante los tribunales atenienses, en el juicio en el que se le acusó de corromper a la juventud y no creer en los dioses de la polis.

Aunque su datación exacta es incierta, el texto, por su temática, pertenece al ciclo platónico de las primeras obras llamadas «socráticas», que Platón escribió en su juventud, e incluso se piensa que es su primera obra.1​

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Introducción
Sócrates comienza diciendo que no sabe si los atenienses (asamblea general) han sido ya persuadidos por los que lo acusan. Este comienzo es crucial para establecer el tema de todo el discurso, pues es frecuente que Platón comience sus diálogos socráticos exponiendo la idea general del texto. En este caso, el diálogo se abre con «¡Ciudadanos atenienses!, Ignoro qué impresión habrán despertado en vosotros las palabras de mis acusadores». Este ignoro sugiere que la filosofía expuesta en la Apología va a consistir enteramente en una sincera admisión de ignorancia, pues todo su conocimiento procede de su no saber nada: «Sólo sé que no sé nada».

Sócrates pide al jurado que no le juzgue por sus habilidades oratorias, sino por la verdad que estas convocan. A su vez, asegura que no va a utilizar ornamentos retóricos ni frases cuidadosamente preparadas, sino que va a decir en voz alta lo que se le pase por la cabeza, las mismas palabras que utilizaría en el ágora y en las reuniones, pero a pesar de esto demuestra ser un maestro en retórica, y que no es solo elocuente y persuasivo, sino que sabe jugar con el jurado. El discurso, que ha puesto a los lectores de su lado durante más de dos milenios, no consigue ganarle el juicio. Sócrates fue condenado a muerte, y ha sido admirado por su calma aceptación de ello.

La acusación
Los tres hombres en presentar cargos contra Sócrates son:

Ánito, hijo de un ateniense prominente, Antemión. Ánito aparece (Menón 90f) inesperadamente mientras Sócrates y Menón (que está visitando Atenas) discuten si la virtud puede ser enseñada. Sócrates argumenta que no, y ofrece como evidencia que muchos buenos atenienses han tenido hijos inferiores a sus padres, tras lo cual procede a dar nombres, entre ellos Pericles y Tucídides. Ánito se ofende, y avisa a Sócrates que menospreciar («kakòs légein») a esas personas le traerá problemas algún día. (Menón 94e-95a).
Meleto, de los tres el único en hablar durante la defensa de Sócrates. También se lo menciona en otro diálogo, Eutifrón, aunque no aparece. En él Sócrates dice que Meleto es un joven desconocido de gran nariz aquilina. En la Apología, Meleto presenta sus acusaciones, lo que permite a Sócrates rebatirlas. Sin prestar mucha atención a los cargos que está afirmando, acusa a Sócrates de ateísmo, y de corromper a la juventud mediante sus enseñanzas.
Licón, del cual poco se sabe; de acuerdo con Sócrates era representante de los oradores.
Los cargos contra Sócrates
Sócrates dice que tiene que rechazar dos tipos de acusaciones diferentes: los viejos cargos de que es un criminal y un curioso que pregunta hasta al cielo y la tierra, y los más recientes cargos legales de corromper a los jóvenes y de creer en cosas sobrenaturales de su propia invención, en vez de los dioses de la polis.

Sobre los viejos cargos dice que son el resultado de años de rumores y prejuicio, y por lo tanto no pueden ser respondidos. Sócrates desvirtúa estos «cargos informales» dándoles una apariencia legal diciendo: «Sócrates comete delito al investigar los fenómenos celestes y subterráneos, debido a que, según ellos, convierte el argumento más débil en el más fuerte, instruyendo esto a otros, y sin creer en los dioses, es decir, es ateo». También dice que estas alegaciones nacieron de la boca de cierto poeta cómico, es decir, Aristófanes.

La apasionada defensa de Sócrates al ser acusado de sofista, no es más que una distracción de las otras, más graves, acusaciones, pues los sofistas no eran condenados a muerte en Grecia; al contrario, eran frecuentemente buscados por los padres para ser tutores de sus hijos, por lo que Sócrates dice que no puede ser confundido con un sofista, ya que estos son sabios (o creen que lo son), y están bien pagados, mientras que él es pobre (a pesar de ser frecuentemente visto en las mesas de juego), y dice no saber absolutamente nada.

La obra
La Apología se divide en tres partes. La primera parte para propia defensa de Sócrates, y que contiene las partes más famosas del texto, como el recuerdo que realiza su amigo Querofonte al Oráculo de Delfos y su refutación a Meleto; la segunda parte, y la tercera donde Sócrates es condenado a muerte.

Discurso principal (17a – 35d)
Sócrates acusa a Melito, cuyo nombre significa «aquel al que le importa». La acusación peor que se le imputa es corromper a los jóvenes enseñándoles una versión de ateísmo, y Sócrates clama que si Melito está convencido, debe ser porque Aristófanes corrompió las mentes de su audiencia, cuando ésta era joven (con su obra Las nubes, escrita 24 años antes).

Así pues Sócrates partió en una «misión divina» para resolver la paradoja (que un hombre ignorante pudiera ser también la persona más sabia de la ciudad) e intentó demostrar que el dios se equivocaba. Tras esto, proclamándose la voz del oráculo (23e), procede a preguntar sistemáticamente a los políticos, poetas y artesanos, determinando al final que los primeros son impostores, los segundos no comprendían sus propias obras al igual que los visionarios y los profetas no comprenden sus visiones, y que los terceros tampoco se libran de ser pretenciosos. Siempre va a pensar que tiene que ser el mismo.

Sócrates demuestra al jurado que lo que piensan sobre él no es verdad ya que todo el mundo desde hace años hablaba mal de él. Dice, sin embargo, que estos van a permanecer en el anonimato, salvo Aristófanes, el poeta cómico. Responde después a las acusaciones que le hacen argumentando con que son ideas sin sentido. Querofonte acudió al Oráculo de Delfos para preguntar si había alguien más sabio que Sócrates, a lo que el dios respondió que no lo había. Cuando Querofonte se lo refirió a Sócrates este se lo tomó como una adivinanza, pues clamaba no poseer sabiduría grande o pequeña, pero también que era contrario a la naturaleza de los dioses el mentir.

Sócrates dice que estas preguntas indiscriminadas le ganaron la reputación de cotilla o curioso, pero a partir de ahí él interpreta su misión en la vida como la prueba de que la verdadera sabiduría pertenece exclusivamente a los dioses, y que la sabiduría humana tiene poco o ningún valor. Habiendo refutado los prejuicios, Sócrates comienza a defenderse de los cargos formales de corrupción de los jóvenes y ateísmo.

Procede después a defenderse de la acusación de ateísmo tendiendo una trampa a Meleto hasta que este se contradice diciendo que Sócrates es un ateo y que cree en semidioses y espíritus. Sócrates humilla a Meleto preguntando a la corte si este ha pasado algún test que muestre si sabe identificar contradicciones lógicas.

En una de las partes más controvertidas de la obra, Sócrates afirma que no ha habido mayor bien para Atenas que su preocupación por sus compañeros ciudadanos, que la riqueza es una consecuencia de la bondad, y que los dioses no permiten que un hombre bueno sea dañado por uno peor que él. Clama ser un tábano y el estado un gran caballo perezoso que necesita ser despertado.

Para probar esto, Sócrates recuerda al jurado de su daimon, que él ve como una experiencia sobrenatural. Reconoce que esto hará sospechar a muchos de que realmente inventa deidades, pero no hace concesiones en este respecto, a pesar de estar al tanto de las sospechas que esto levantaría. Sócrates proclama no haber sido nunca un profesor, puesto que no ha impartido su conocimiento a otros. Por esta razón no se le puede hacer culpable de lo que hacen otros ciudadanos. Si ha corrompido a alguien, dice, ¿Por qué no acuden como testigos?, si han sido corrompidos, ¿Por qué no ha intercedido la familia en su beneficio? además muchos de estos familiares acudieron al juicio en defensa de Sócrates.

Por último, Sócrates no hará nada para ganarse la opinión del jurado y no tiene miedo a las consecuencias que puedan suceder, así que confiará en la verdad. El jurado, sin embargo, lo encuentra culpable por 281 votos a 220.

Después del veredicto (35e – 38b)
Sócrates propone un castigo alternativo que no le generara popularidad. Como se considera benefactor de Atenas, dice que deberían participarlo en las comidas del Pritaneo, uno de los edificios que albergaba a miembros de la asamblea. Esto era un honor reservado a atletas y otros ciudadanos importantes.

Considera después como pena el pago de una multa de una mina de plata (100 dracmas), pues no tenía suficiente dinero para pagar una multa mayor. El jurado, considerándolo una suma muy pequeña comparada con el castigo propuesto por la acusación, opta por la condena a muerte. Los amigos de Sócrates, Platón, Critón, Critóbulo y Apolodoro, se disponen a aumentar la suma inicial a 30 minas, pero la asamblea no ve esto como una alternativa, por lo que se deciden por la pena de muerte bebiendo cicuta.

Luego de la sentencia (38c – 42aD)
La alternativa propuesta por Sócrates enfadó al jurado. 360 votaron por la sentencia a muerte, y solo 141 votaron en favor de su propuesta la cual era la manutención en el pritano, recompensa otorgada solo a los mejores atletas atenienses en la cual todas sus necesidades se verían suplidas. Sócrates, entonces, responde al veredicto, refiriéndose primero a los que votan por su muerte. Afirma que no ha sido la falta de argumentos por su parte lo que ha dado resultado a su condena, sino su repulsión por rebajarse a las habituales prácticas sentimentalistas que podían esperarse de cualquiera que se encuentra ante una condena a muerte e insiste, de nuevo, que la cercanía de la muerte no exime a uno de seguir el camino de la bondad y la verdad. Profetiza que críticos más jóvenes y severos seguirán sus pasos, sometiéndoles a un examen más riguroso de sus propias vidas.

Para aquellos que votaron a su favor dice que su «daimon» no quiso detenerle en su discurso pues consideraba que era la forma correcta de actuar. Como consecuencia, la muerte debe ser una bendición pues, o constituirá la aniquilación (trayendo paz a todas sus preocupaciones) o una migración a otro lugar en el que conocer las almas de gente tan famosa como Hesíodo y Homero o héroes como Odiseo, con los que puede continuar su labor de preguntar todo.

Sócrates concluye la Apología diciendo que no guardará rencor contra los que le han acusado y condenado, y en un acto de total confianza les pide que cuiden de sus tres hijos mientras estos crecen, asegurándose de que estos pongan lo bueno por delante de su propio interés.

Al final de todo, Sócrates dice: «Es hora de irse, yo para morir, y vosotros para vivir. ¿Quién de nosotros va a una mejor suerte?, nadie lo sabe, solo los dioses lo saben».

Referencias.

  1.  Guthrie, Historia de la Filosofía Griega (véase Bibliografía).

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